In the subterranean depths of the cave, the grotto, and the crater lies a pulsating underworld; a space where the humanist worldview, and its concomitant precepts of enlightenment around which we organize our contemporary reality, is suspended. In Anteanoche, a group exhibition of six artists based in Mexico City and Oaxaca, objects on view explore the telluric—having been submerged in the underworld—and the unknown vital forces emanating from its shadows. Organized by Octavio Gómez Rivero at Commonwealth and Council, Mexico City, experimentation between bodies and temporalities abound, displacing our perception of the real, the human, and the natural while activating unexpected encounters, metaphors, and materialities. These works by Alan Hernández, Balam Bartolomé, Cressida, Karla Ekaterine Canseco, Milagros Rojas, and Rodrigo Ramírez comprise imprints of palpitating counter-worlds; riddles fermented in the damp and the tenebrous, where matter is transformed into corporeal gesture.
The sculptures of Alan Hernández evoke forms of flora and fauna in a biophysical experiment through which abstraction sets free established imaginaries about nature and the body. What emerges is a new sensibility disrupting the scientific gaze that defines—and thus regulates—the body and determines our interrelationship with the environment. Hernández presents two moments of transmutation: a multi-species form with a visible anatomical structure, and a porcelain chandelier sprouting flowers through the vibration of its own matter.
In a pairing of graphite drawings, Milagros Rojas explores the possibility of life in the dark. Her works allow us to briefly witness a series of rare forces at the moment of their formation, materializing a vitality that bubbles, whirls, and breathes. In these works, Rojas invites a game of alienation and approach, where density flows with the rhythm of the stroke, the pictorial surface occasionally disturbed by a current of effervescent alien organisms inhabiting an unknown depth.
In two recent paintings, Rodrigo Ramírez immerses us in the tension that arises between luminosity and darkness, where the matter-body vibrates in spasms and convulsions against unseen forces. Are these depictions of bodies unwilling to submit to their Tartarean depths? Or hallucinations within our own sadomasochistic dreams? Colors reveal themselves as active agents in the pain and pleasure leading these tortured forms through a multiplicity of sensations, where boundaries of domination and submission are abandoned.
Continuing Anteanoche’s subsurface wandering, Balam Bartolomé creates ritual objects and maps for a becoming in which notions of the individual, nature, and identity are disordered and transformed. Bartolomé’s assemblages—comprised of objects and materials from his family home in Chiapas including guaje, horsehair, wax, horns, and silver—are living materiality, twisting body, matter, and symbol in a humus of mutual affectation. Rebelling against the impulses of a gaze which seeks to understand and embrace through reason, Bartolomé provokes a strangeness inviting us to explore other modes of existence: hybrid, amorphous, and cryptic.
Karla Ekaterine Canseco explores genetic memory by utilizing the visceral malleability of her body and clay through performance, sculpture, and ceramics. Canseco’s wearable sculpture, or armor (pedazos de perra), radically incites and synthesizes ecological, cyborg, feminist, and Mexican-American cultural experience, both past and present.
In the shadow of the grotto, Earth poet Cressida excavates the viscous memory of mud through sculptural writings and relics of worlds yet to come. Cressida’s speculative archaeology is guided by a composting of time, unearthing the secrets embedded in the intimacy of dirt. The artist provokes a longing to engage in bodily relation with their relics in order to to access their myth of minerals, dust, and rock transmitting the echoes of a civilization that never ceases to both build upon itself and disintegrate into ruins.
Grasping in the shadows, the imperceptible becomes an exercise in the limits and scope of our senses, and therefore of what we can imagine and signify. What if we enter this subsurface, into its darkness, to make our sensual experience something plural, polysemic, and ambivalent?
SP
En las profundidades subterráneas de la cueva, la gruta y el cráter yace un submundo palpitante; un espacio donde se suspende la cosmovisión humanista y sus concomitantes preceptos de ilustración en torno a los cuales organizamos nuestra realidad contemporánea. En Anteanoche, una exposición colectiva de seis artistas establecidos en Ciudad de México, los objetos expuestos exploran lo telúrico —haber sido sumergidos en el inframundo— y las desconocidas fuerzas vitales que emanan de sus sombras. Organizada por Octavio Gómez Rivero en Commonwealth and Council Ciudad de México, en esta exposición abunda la experimentación entre cuerpos y temporalidades misma que desplaza nuestra percepción de lo real, lo humano y lo natural al tiempo que se activan encuentros, metáforas y materialidades inesperadas. Las obras de Alan Hernández, Balam Bartolomé, Cressida, Karla Ekatherine Canseco, Milagros Rojas y Rodrigo Ramírez son huellas de palpitantes contramundos; enigmas fermentados en lo húmedo y lo tenebroso, donde la materia se transforma en gesto corpóreo.
Las esculturas de Alan Hernández evocan formas de flora y fauna en un experimento biofísico a través del cual la abstracción libera imaginarios establecidos sobre la naturaleza y el cuerpo. Lo que emerge es una nueva sensibilidad que trastoca la mirada científica que define, y por tanto regula, el cuerpo determinando nuestra interrelación con el entorno. Hernández presenta dos momentos de transmutación: una forma multiespecie con una estructura anatómica visible y una araña de porcelana de la que brotan flores por la vibración de su propia materia.
En una pareja de dibujos a grafito, Milagros Rojas explora la posibilidad de la vida en la oscuridad. Sus obras nos permiten presenciar brevemente una serie de fuerzas poco comunes en el momento de su formación, materializando una vitalidad que burbujea, se tuerce y respira. En estas obras, Rojas invita a un juego de extrañamiento y acercamiento, donde la densidad fluye al ritmo del trazo; la superficie pictórica ocasionalmente perturbada por una corriente de efervescentes organismos alienígenas que habitan una profundidad desconocida.
En dos pinturas recientes, Rodrigo Ramírez nos sumerge en la tensión que surge entre la luminosidad y la oscuridad, donde la materia-cuerpo vibra en espasmos y convulsiones contra fuerzas invisibles. ¿Son estas representaciones de cuerpos que no quieren someterse a sus profundidades tártaras? ¿O alucinaciones dentro de nuestros propios sueños sadomasoquistas? Los colores se revelan como agentes activos en el dolor y el placer que conducen a estas formas torturadas a través de una multiplicidad de sensaciones, donde se abandonan los límites de la dominación y la sumisión.
Continuando con el vagabundeo subterráneo de Anteanoche, Balam Bartolomé crea objetos rituales y mapas para un devenir en el que las nociones de individuo, naturaleza e identidad se desordenan y transforman. Los ensamblajes de Bartolomé (compuestos por objetos y materiales de su espacio familiar en Chiapas, como guajes, crin de caballo, cera, cuernos y plata) son materialidad viva que retuerce el cuerpo, la materia y el símbolo en un humus de afectación mutua. Rebelándose contra los impulsos de una mirada que busca comprender y abarcar a través de la razón, Bartolomé provoca una extrañeza que nos invita a explorar otros modos de existencia: híbridos, amorfos y crípticos.
Karla Ekatherine Canseco explora la memoria genética utilizando la maleabilidad visceral de su cuerpo y la arcilla a través de la performance, la escultura y la cerámica. La escultura usable de Canseco, o armadura (pedazos de perra), incita y sintetiza radicalmente la experiencia cultural ecológica, ciborg, feminista y mexicano-americana, tanto pasada como presente.
En la sombra de la gruta, la poeta de la tierra Cressida excava la memoria viscosa del barro a través de escrituras escultóricas y reliquias de mundos aún por venir. La arqueología especulativa de Cressida se guía por un compostaje del tiempo, desenterrando los secretos incrustados en la intimidad de la tierra. La artista provoca el anhelo de entrar en relación corporal con sus reliquias para acceder a su mito de minerales, polvo y roca que transmiten los ecos de una civilización que no cesa de construirse sobre sí misma y de desintegrarse en ruinas.
Entre las sombras, lo imperceptible se convierte en un ejercicio sobre los límites y el alcance de nuestros sentidos y, por tanto, de lo que podemos imaginar y significar. ¿Y si entramos en esta subsuperficie, en su oscuridad, para hacer de nuestra experiencia sensual algo plural, polisémico y ambivalente?